DIEGO PORRAL O LA NOSTALGIA COMO RELATO
“La patria verdadera del hombre, es su infancia” (M. Rilke)
Posiblemente aun sea muy pronto para valorar o hacer un análisis en profundidad sobre la obra de un director tan joven y actual como Diego Porral. Pero el corpus de sus tres cortometrajes hasta la fecha: Back then (2016), Old Tech (2016) y Un día en el parque (2017) empiezan a apuntar a algunas líneas de pensamiento autoral muy interesantes para un pequeño análisis.
El paso del tiempo, la relación entre un pasado prosaico, cálido y amable y un futuro descarnado, frio y hostil aparece como eje temático en sus tres primeras piezas. Y solo eso ya supone un eje de pensamiento homogéneo, hasta el punto de que podría hablarse ya de Porralismo, a un relato en el que el conflicto principal sucede entre el pasado y el futuro.
Como Chejov, en el Jardín de los Cerezos, o Margaret Mitchell en Lo que el viento se llevó, Porral aborda el pasado con nostalgia, reforzando emocionalmente sus guiones, anclados al dicho: cualquier tiempo pasado fue mejor, con una escala cromática más cálida, más cercana, como observamos en la introducción de Old Tech.
Al contrario, el futuro para Porral es hostil, inhumano o directamente frio, y golpea ese pasado ideal, al igual que en El luchador (D. Aronofsky, 2006), en la que el protagonista (Micky Rourke) no consigue sentirse a gusto en su presente y por eso recurre a revisitar un pasado que (literalmente) ya no le cabe en su cuerpo. En Old Tech vemos esa mutación a través del cambio en la música (de un crooner clásico a un hit del merengue noventero) y de los colores predominantes en los planos, que pasan de ocres a azulados. De lo artesanal a lo robótico. Del calor al frio.
Un día en el parque no juega tanto con la variación cromática pero si con el tamaño de plano. La pieza consta de un único plano secuencia que realiza un lento travelling out desde un primer plano del anciano a un gran plano general del simulador de parques de un futuro distópico. No es casualidad que pasemos de un valor de plano íntimo y amable desde donde el protagonista nos habla de su pasado ideal, a un plano final donde el protagonista está flotando en la inmensidad de una viñeta enorme, y que nos genera una sensación de vértigo y de distanciamiento entre el espectador y ese futuro …quizás no tan lejano.
Un juego que nos recuerda al célebre travelling out de Ciudadano Kane (O. Welles, 1941) donde empezamos viendo al joven Charles jugando en la nieve, y a través de la ventana del hogar, nos va revelando los diálogos entre tres adultos que están decidiendo el futuro del protagonista. Pasamos de la seguridad de la infancia, a la hostilidad del futuro.
Como Welles, Porral opta, en este gran ejercicio de síntesis visual, a ir desvelando el espacio y el tiempo en el que habitan sus protagonistas, mediante un travelling en el que va creciendo el peso del aire en la composición del plano, frente al peso del personaje animado.
El derrumbamiento de un mundo primigenio, inocente e ideal (un Eden simbólico) y su sustitución por una realidad cínica y violenta, un tema que tanto partido le sacaron Lampedusa y Visconti en sus interpretaciones tanto literarias como cinematográficas de El gatopardo, aparecen también y de forma muy perentoria en la multipremiada Back Then.
En este caso no es el color, la música, o el valor de plano lo que principalmente hace bascular el tiempo presente con el pasado en la diégesis animada, sino el relato en off de los dos protagonistas. Si el Padre relata a su hijo el pasado como un espacio idealizado, y divertido, la Madre, con un carácter mucho más práctico y realista (más apegada al presente) lleva la historia a un espacio directamente cínico. Papa Don Quijote y Mama Sancho Panza recuerdan cada uno el pasado a su manera. La mirada autoral parece vascular su simpatía al relato idealizado y nostálgico del padre, pero la pirotecnia visual del corto supera cualquier dicotomía. El niño y nosotros, finalmente, acabamos formándonos una visión propia que se nutre de ambos relatos (materno y paterno), y en las que pasado queda como mero precepto filosófico que depende de cómo y quién lo verbalice.
Sin embargo, y pese a todo, el pasado siempre aparece en color, mientras el presente es de un blanco y negro sucio y anodino. Enorme casualidad…o no…
Podemos concluir que la mirada nostálgica en el cine corto de Diego Porral es un hecho objetivo y que ya se ha convertido en su principal aliada para generar en el espectador las dosis justas de emoción y humor, un cocktail ganador como ya demuestra el palmarés del joven director madrileño. Solo entre estos tres cortos, Porral se ha llevado 10 estatuillas de Feelmotion (y medio centenar de premios o menciones en otros tantos festivales), convirtiéndose en el director más laureado en la historia de nuestro festival, y en uno de los valores más en alza del enorme vivero de talento que surge de ESNE cada curso.
El futuro está ahí. Puede que sea frio, cínico, terrible y hostil, pero es suyo.
El futuro será Porralista …o no será…
“Una vida sin memoria no sería vida, como una inteligencia sin posibilidad de expresarse no sería inteligencia. Nuestra memoria es nuestra coherencia, nuestra razón, nuestra acción, nuestro sentimiento, Sin ella no somos nada”. (Luis Buñuel)
Raúl San Julián Alonso
Director del festival e Historiador del cine